Jorge Silva llevaba siempre su cámara fotográfica a todos lados, con un par de rollos y un único lente fijo 50mm, pues es el que reproduce fielmente lo que ve el ojo humano; entre 1966 y 1987 retrató en 35mm una Colombia indígena, campesina, pobre, negada, en estado de sitio y militante.
Alrededor de 8.000 fotografías blanco/negro y color conforman el archivo visual que Jorge Silva deja a la memoria de Colombia
(Para más información y/o conocer el extenso archivo fotográfico de Jorge Silva, comuníquese con nosotros)
La producción fotográfica de Jorge Silva es menos conocida que su labor en el cine. Consideramos que merece ser ampliamente estudiada pues documentó con agudeza la vida política, social, cultural, rural y urbana en Colombia durante las agitadas décadas de los sesenta, setenta y ochenta. Jorge fue testigo de un país convulsionado, estuvo presente cuando aduciendo la amenaza de un “enemigo interno”, los diferentes gobiernos desde Lleras Camargo hasta Betacur, se otorgaran poderes especiales que les permitían restringir los derechos civiles de sus ciudadanos a la luz de la aplicación del estado de sitio de la constitución de 1886, o el estatuto de seguridad promulgado por Turbay. El impacto de estas decisiones e implementaciones se hizo visible en el lente de Jorge. Es a través de este que se hacen presentes y tangibles la vida de campesinos desplazados a la ciudad por la violencia, la comunidad indígena Guahiba en Planas (Meta), la lucha de los campesinos e indígenas que buscaban recuperar sus tierras, las marchas de trabajadores, las practicas religiosas de los santísimos hermanos en Tolima, las terribles condiciones laborales del as trabajadoras en la floricultura, la comunidad Hippie en Bogotá, los juegos y días de los niños de la calle, los militares e incluso los delfines políticos.
La obra de Jorge Silva ofrece una iconografía histórica que puede seguirse con exactitud. En sus fotografías abundan la evolución, el caos, el sonido y la furia. Es evidente el gusto por los festivales de rock, los eventos políticos, las tomas de tierra, las manifestaciones, campañas electorales, acontecimientos militares y fiestas llaneras. Sotanas, uniformes, camuflados, sombreros de copa, esmoquines, baladas, coronas de flores son las indumentarias que visten los personajes del carnaval un tanto siniestro de la democracia colombiana. Emboladores, lazarillos, soldados rasos, mendigos, músicos callejeros, jóvenes estadounidenses de los cuerpos de paz, estudiantes de colegio, policías de escudo y bolillo, jóvenes enamorados, indígenas, campesinos, jóvenes estudiantes universitarios que se expresan en manifestaciones, todos ellos simpatizan con el hombre de la cámara en la mano.
Más allá de la estética del hambre, de la estética del sueño, la fotografía de Jorge Silva consiste en una profunda expresión del carácter humano mediante el retrato. Como sabemos, su obra está definida por mayo del 68, la revolución cubana, la revuelta nadaísta, por la afirmación del movimiento estudiantil, por reivindicaciones raciales, sexuales, políticas y religiosas del momento en que vivió. A la vez, el hombre con la cámara en la mano siempre fue Jorge Silva, registró los hechos históricos y psíquicos que cíclicamente se repiten en la cultura colombiana: las visitas del Papa cada treinta años, las marchas campesinas, el día de las elecciones, la represión policial que se transforma desde los PM hasta el Esmad, y las frases políticas que nos hacen ver que hoy es como ayer: “¡La izquierda es el caos, Álvaro es la seguridad!”.
*(Texto tomado del libro LOS SILVA - Santiago Rueda - Silueta ediciones)